Una pintura como ritual. La guardiana y la pantera.

Hace un tiempo pinté una obra que nació en un momento profundo de mi vida. En ella aparece una mujer guardiana de la selva, acompañada por la fuerza silenciosa de una pantera. No fue un cuadro pensado ni calculado, sino un impulso, una necesidad de poner en colores lo que habitaba dentro de mí. Esa mezcla de vulnerabilidad y poder que descubrí al convertirme en mamá: el instinto de proteger, la entrega al cuidado, y al mismo tiempo la certeza de que la fuerza puede ser suave y silenciosa. La pantera me llegó como símbolo de ese lado salvaje y misterioso que a veces se oculta, pero que siempre está ahí, recordándonos de dónde venimos. La mujer, en cambio, refleja la capacidad de sostener, de escuchar y de custodiar la vida. Juntas me recuerdan que en lo femenino hay un territorio inmenso, donde la delicadeza y la ferocidad conviven en armonía. Mientras pintaba, sentí que no solo estaba creando un cuadro: estaba viviendo un ritual. Cada trazo era una respiración, cada color, un gesto de gratitud. Pintar se volvió para mí una forma de volver al centro, de encontrar calma en medio del ruido, de honrar lo sagrado en lo cotidiano. Hoy, cuando miro esa obra, encuentro en ella la misma raíz que me llevó a crear Semilla de Lima. En los boxes, en las consultas, en cada detalle de los rituales que comparto, late esa misma intención: que cada persona pueda encontrar su propia fuerza tranquila, su propio espacio de pausa, su propia manera de volver a lo esencial. Porque creo que todas llevamos dentro una guardiana y una pantera: una parte que protege y otra que recuerda que somos naturaleza.